El asunto del ministro
Para otros / Martes, 24 diciembre 2013
Columna publicada en el Diario Noticias de Gipuzkoa el 24 de diciembre de 2013
Parece increíble, antinatural, pero a mí también me pasó, le confesó el compañero de partido y entonces le escribió el nombre del doctor en un papel. No es el único que trata abortos masculinos pero es el mejor, y sobre todo, muy discreto. Y ahí está él ahora, todo un ministro del gobierno, en una sala de espera vacía y fría. Avergonzado. Solo. Porque cómo le hubiera explicado esto a su mujer. No, ella jamás lo habría entendido, se dice. De pronto, escucha al otro lado su nombre y su apellido. Y siente miedo. Un miedo muy visceral.
Desnúdese de cintura para abajo y túmbese en la camilla, señor ministro. Eso es. Ahora coloque las piernas sobre los estribos. Perfecto. Relájese. No, no, señor ministro, si se pone usted nervioso, no dilatará lo suficiente y podríamos hacerle daño. Le ayudaremos con estas pequeñas varillas. Vamos allá. Sí, es molesto, señor ministro, pero tranquilícese. Ahora le introduciremos esta sonda e utilizaremos la aspiradora para extraer los tejidos. Tranquilo, no se asuste, la sangre es normal. Eso es, señor ministro. Lo está haciendo usted muy bien.
El proceso termina. El ministro se viste y se sienta frente a la mesa del doctor. Su cuerpo aún tiembla. Tómese esto para reducir el sangrado. Le ha costado relajarse y eso a veces complica las cosas. Puede que tenga alguna infección en los próximos días. Si tiene mucho dolor, venga a verme. Puede que comience a sentir ansiedad o culpa. Hasta podría generar un estado de depresión o aislamiento social. No se preocupe, es normal. El ministro comienza a llorar, desconsolado. El doctor parece irritarse y le ofrece un pañuelo. Mire, señor ministro, siento decírselo así, pero por favor, no me sea usted maricón, que esto lo hacen todos los días miles de mujeres. Y además lo hacen porque quieren, porque son unas descerebradas, unas irresponsables y unas asesinas al fin y al cabo, ¿no? Menos mal que usted las va a poner a todas en vereda. A ver quiénes se habían creído ellas para decidir sobre su propia maternidad. Y por cierto, no se preocupe, que este asunto queda entre nosotros.