El ciudadano cobarde
Para otros / Martes, 8 octubre 2013
Columna publicada en el Diario Noticias de Gipuzkoa el 8 de octubre de 2013
Siempre entro con prisa en los cajeros. Algún día debería hacerlo con sosiego, y disfrutar así del olor a dinero, de los colores de las paredes, y sobre todo, de los carteles publicitarios. Y sentirme feliz con un depósito al 2% o la nómina domiciliada. Algún día lo haré, pero hoy es viernes y he quedado para cenar en cinco minutos. Que operación desea. Pulso. Marque la cantidad que desea retirar. Pulso. Su entidad cobrará una comisión de 0,50 euros, ¿desea continuar? Pulso. Suena un pitido y saco la tarjeta. El cajero empieza a vibrar y por un instante dudo de si he marcado la cantidad correcta. Después del alboroto mecánico, aparece un billete de cincuenta euros. Está liso. Parece nuevo. Es mío.
Y entonces le veo. Ha estado pegado a mis pies desde un principio. Las prisas. Las prisas que no me dejan disfrutar de la experiencia de sacar dinero. Está tumbado, boca abajo, sobre una mochila verde. Su respiración es acompasada. No me atrevo a agacharme. Lo observo durante unos segundos. No sé que hacer. Me ha enseñado a tenerle miedo y no acercarme a él. Finalmente es lo que hago. Abro la puerta y salgo de la sucursal. Mientras camino la pena comienza a carcomerme, y un sentimiento de culpa me oprime las entrañas. Dos manzanas después, doy media vuelta. Sacaré otros cincuenta euros y los dejaré en su mano. No es mucho, pero de algo servirá. La culpa se convierte en un orgullo casi placentero. Llego por fin a la sucursal. Dentro, dos guardias municipales lo han levantado. El hombre grita algo con la cabeza gacha. Abro la puerta y salen los tres. Aquí no se puede dormir, ¿lo entiendes?, le empujan y él cruza la calle hacia el parque. De nuevo, no sé que hacer. Quisiera intervenir, reclamar el derecho a dormir en un cajero, aquí no molesta a nadie, y de paso, poner a parir a los bancos. Quisiera también salir corriendo, alcanzarle y darle mis cincuenta euros. Pero me enseñaron a mantenerme al margen, a no meterme en líos. Y es lo que hago. Mi orgullo se reconvierte de nuevo en miedo. Y a punto estoy de darle la propina al guardia municipal. Definitivamente, soy un cobarde.