El vértigo del cabizbajo
Para otros / Martes, 11 junio 2013
Columna publicada en el Diario Noticias de Gipuzkoa el 11 de junio de 2013
El cabizbajo mira por última vez el escaparate. Primero desde el otro lado de la calle, como un caminante más. Después desde dentro. Lo que había en la tienda ya no está. Se lo llevaron. Así que el paisaje que el cabizbajo observa es el de un espacio vacío. Desde dentro, hace eco. Desde fuera, da vértigo. Imaginen asomarse a un habitáculo tan desolador. Imaginen mirar desde el tejado de un rascacielos una ciudad vacía. El cabizbajo revisa por tercera vez que no quede nada dentro. Se acerca al panel de luces, ése que se esconde siempre detrás de una puerta, y baja los interruptores. Suspira. Por fin, sale a la calle. Gira con parsimonia la llave y vuelve a sentir el vértigo del escaparate vacío. Baja la persiana y la pena, de repente, le agarrota el corazón. Al llegar a casa, abrazará a su mujer. Llorarán juntos. Algo se nos ocurrirá, amor mío, estate tranquilo.
En los últimos seis meses cuatro cabizbajos han llevado a cabo este mismo ritual, en esta misma calle. Cuatro desalojos. Cuatro mudanzas a la nada. Cuatro “no vuelvan ustedes mañana” a sus empleados, a los que les habían acompañado durante aquellos años. Aquellos años en los que, imaginen, todo les iba bien.
No pregunten ustedes cómo han acabado así los cabizbajos. No los juzguen. No pregunten que hicieron mal, no hagan cábalas sobre su mala suerte o su falta de previsión. No sean mezºquinos. No piensen que no innovaron o no arriesgaron lo suficiente. No piensen que se hicieron ricos. No sucedió. Utilicen el razonamiento sencillo. Imaginen que todo les va bien y un día todo comienza a irles mal. A ustedes también podría pasarles. O no, quizá a ustedes nunca les ocurra esto. Porque quizá ustedes sean de los no arriesgan nunca, de los que no se la juegan. Quizá sean de ésos que se esconden siempre detrás de una puerta y esperan a que un individuo eufórico o cabizbajo, lo mismo da el orden, les de una oportunidad. De ésos que miran desde el tejado de un rascacielos cómo otros llenan las ciudades. De ésos que nunca sienten vértigo.