Existencialismo vacacional

/ Martes, 10 septiembre 2013

Columna publicada en el Diario Noticias de Gipuzkoa el 10 de septiembre de 2013

El hombre, a punto de destartalarse, se arrastra en chancletas hasta la plaza y se sienta en la terraza del único bar del pueblo. Pide una caña al chico y mira directamente al sol, que trata de esconderse detrás de la iglesia, al fondo. El hombre se siente afortunado de haber encontrado aquel pequeño paraíso para sus vacaciones. Una casa con paredes de piedra en un pueblo perdido en una isla. Un pueblo en el que sus hijos pasan todo el día corriendo por la calle o remojados en el mar. En el que su mujer y él pasean, duermen la siesta o leen sobre la arena. El hombre se estira sobre si mismo y un día más imagina una nueva vida allí. Se observa desayunando en el patio, al aire libre, y acompañando después a sus hijos hasta la escuela. Se observa dentro de una pequeña tienda de artesanía local que él mismo ha abierto y a su mujer, que pidió el traslado en el banco, trabajando ahora en la sucursal que hay junto al ayuntamiento. Imagina y observa a otro hombre idéntico a él, con ropa liviana y sandalias durante todo el año, sin prisa, sin compromisos, con un trabajo que le apasiona y una vida con espacio.

Por fin llega el chico con la bandeja. Deposita la cerveza sobre la mesa y dice: “Nuestra esencia, aquello que nos definirá, es lo que construiremos nosotros mismos mediante nuestros actos, éstos nos son ineludibles. Así que no actuar es un acto en sí mismo puesto que nuestra libertad no es algo que pueda ser dejado de lado”. ¿Qué dice?, pregunta el hombre. Que son dos euros, por favor, responde el chico. Y el hombre, aliviado, le da las gracias y deja las monedas sobre la mesa.

Casi recostado, el hombre bebe ahora un sorbo de su cerveza y lee con atención el rótulo del bar.  Café SaStre, con S, no con R. Llevo más de 15 días en este pueblo y no sé porqué empeño en leerlo mal.  Y regresa de inmediato a su futura vida imaginaria, invadido por una mezcla extraña entre la euforia y el vértigo, convencido de que esos pensamientos serán el comienzo algo.