No hay dos iguales

/ Viernes, 14 julio 2017

Colaboración realizada para O Estudio Creativo – HH:MM:SS

Fotografía de Noemí Elías Bascuñana extraídas de Undercovercar.

_Amanecer

Después de más de cincuenta horas encerrado en casa he decidido calzarme unas botas de goma y salir a la calle. Ahora contemplo el portal inundado. Bajo los últimos escalones y sumerjo mis pies en el agua. Me cubre casi hasta el límite de las botas, justo debajo de las rodillas. Afuera está amaneciendo. Todo está en silencio. El paisaje es desolador. Todo se ve desde un ángulo diferente. Hay que inclinar la cabeza para encontrar algo de normalidad. Los árboles no han aguantado, están partidos. La mayor parte de las farolas, los semáforos y las señales de tráfico están doblados sobre sí mismos. Al fondo, en una callejuela perpendicular a la plaza, veo una lancha roja de bomberos parada. Una señora mayor se acerca a ella. Camina con la falda remangada junto a un chico joven. Uno de los bomberos la agarra de los brazos y la sube abordo. Otro bombero grita algo. La lancha arranca y el chico regresa hacia el portal de donde ha salido. Después, de nuevo, el silencio.

_Berta en la televisión

Lo anunciaron como una tormenta que antes había sido un huracán y que había arrasado Irlanda, Escocia, y el Noroeste de Francia. Durante más de una semana vimos imágenes de destrucción y de evacuaciones multitudinarias en la televisión. Al huracán lo habían llamado Berta. La tormenta, sin embargo, no tenía nombre. Dijeron que la alerta sólo sería roja durante seis horas, coincidiendo con la pleamar.  Sin embargo, a las dos horas de comenzar la lluvia y el viento, aconsejaron refugiarse en casa. Las clases escolares del día siguiente se suspendieron, se prohibió el uso del coche y el transporte público dejó de estar operativo. También desalojaron tres campings. Yo pensé en Sofía, en que le hubiera encantado todo aquello. “Así aprovechamos y nos quedarnos en casa, y nos acurrucamos bajo las mantas”, me hubiera dicho.

_Incomunicación

Cortaron el suministro eléctrico a las ocho menos cuarto de la tarde. Yo estaba escribiendo un artículo para una revista online. La luz del flexo se apagó y la pantalla del ordenador se quedó en negro. Me angustié. El artículo se iba a publicar al día siguiente y debía enviarlo antes de las diez de la noche. Traté de llamar al editor de la revista para explicarle el percance pero la cobertura del móvil también había desaparecido. Sentí impotencia y grité un improperio. Me acerqué a la ventana. Contemplé la lluvia caer sin descanso. Los charcos cada vez eran más grandes. Parecía que el viento iba a reventar los cristales. Yo solo pensaba en mi artículo inacabado, en no poder enviarlo, en no poder dar explicaciones.  Después recordé que hacía meses que no leía ningún libro, que desde la muerte de Sofía vivía inmerso en el internet, y me culpé por ello. Encendí unas velas y comencé a leer 10:04 de Ben Lerner. En uno de los pasajes de la historia el protagonista cenaba en su casa mientras esperaba la llegada de una tormenta de nieve que lo iba a dejar incomunicado durante días. Poco a poco el protagonista comenzaba a  sentir que todo lo que comía le sabía especialmente bien. Quizá porque podría ser lo mejor que probara en mucho tiempo, se decía.

_Sardinas y mejillones

A media noche sentí hambre y fui a la cocina. Allí, a oscuras, engullí sardinas y mejillones en conserva directamente de la lata. Recordé que cuando era pequeño mi madre nos obligaba a mi hermana y a mí a comerlos así en la playa. Efectivamente, aquello me supo mejor que nunca.

_El arrecife

Ahora arrastro mis pies sumergidos. Es como hacerlo en una piscina de un resort pero en mitad de un escenario distópico. En su libro de relatos El Crack-Up Scott Fitzgerald decía que escribir bien es como nadar bajo el agua y aguantar la respiración. Me entran ganas de zambullirme y así tener algo que contar más adelante. Paso a paso me dirijo hasta el quiosco de prensa que está en mitad de la plaza. Al acercarme tropiezo con algo compacto bajo el agua. Es una masa de periódicos mojados. Toda isla tiene su arrecife, me digo. Me subo al montículo de papel subacuático y logro escalar hasta el techo. Me siento y contemplo. La ciudad se ha convertido en un gran delta urbano. Siento que estoy ante un hecho histórico. Intento memorizar las imágenes que me rodean. Son imágenes casi idénticas a las de la pantalla de la televisión de hace unos días, pero el viento, el silencio y un extraño olor a humedal y a lodo, hacen que me estremezca. No es lo mismo ver a Sofía ahora, en fotos o en videos. Era mejor cuando ella todavía estaba y todo era en directo. Me doy cuenta de que hace casi tres días que no hablo con nadie. Ni con mi madre, ni con mi padre, ni con mi hermana. Pienso en que estarán bien, en que debería verlos más a menudo, en que aún están preocupados por mí, en que me llamarían loco y se reirían si me vieran aquí sentado. Comienza a llover y veo la lancha de bomberos acercarse.

_La historia

“¿Está usted bien?, no debería usted haber salido de casa, esto está impracticable”. Uno de los bomberos me ayuda a bajar del techo del quiosco. Yo no respondo nada. La lancha recorre los quinientos metros que hay hasta mi portal. Los bomberos me dan los buenos días. Yo les doy las gracias. Subo las escaleras. Al pisar en seco siento mis pies completamente empapados. También siento que acabo de encontrar una historia que algún día escribiré y que como todo lo que me rodea me seguirá recordando a ella. Y entonces, aguanto la respiración, y sonrío por primera vez en mucho tiempo.

 

  • Ben Lerner (2014). 10:04. Barcelona: Penguin Random House.
  • Scott Fitzgerald (1945). The Crack-Up. Madrid: Capitán Swing.
  • AMA (2014). No hay dos iguales (Nada dos veces). Madrid: Jabalina.

 

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