Titulares febriles
Para otros / Martes, 14 enero 2014
Columna publicada en el Diario Noticias de Gipuzkoa el 14 de enero de 2014
H presiona el brazo contra su torso. En la axila sostiene un termómetro. Mientras espera, vuelve a recordar la noche en la que, con 8 o 9 años, al ver que no tenía fiebre lo acercó con cuidado al flexo y se libró del examen de matemáticas del día siguiente. Por fin escucha el pitido. 36,5. Después de tres días encerrado, con sus libros, el paracetamol y algunos sueños extraños, H se incorpora y sale de la habitación. Con pasos lentos, como los de un astronauta recién alunizado, llega a un salón. Afuera el día es soleado y la luz que entra por las ventanas le deslumbra durante unos segundos. Esta es mi casa se dice, y estas son las paredes, las palpa, y este es mi sofá, y estos de la foto deben de ser mis hijos. H siente que todo está por estrenar. Que la gripe ha sido un proceso de regeneración de su vida y de su propio cuerpo. Entra en la cocina y sus pies se estremecen con el frío de las baldosas. Encuentra un periódico sobre la encimera y comienza a ojear la portada. Poco a poco va descifrando el significado de las palabras. La infanta, la hija de un rey. ¿Todavía hay reyes? Imputada, susurra y sonríe con el primer significado que le viene a la cabeza. Y después, con mucho esfuerzo, le el titular completo. Más abajo contempla una fotografía de una revuelta. Será de algún país árabe, piensa, pero lee “Burgos” al pie. A su lado ve otra fotografía y entonces reconoce la calle de Bilbao, y le alucina la cantidad de gente que debe haber allí. De pronto, escucha el pestillo de la puerta de la calle y unos pasos que se aproximan. Una señora alta aparece en la cocina. Y esta debe de ser mi mujer, se dice. Hola cariño, ¿ya estás mejor? Sí, eso creo…. ¿has visto la que se ha montado en Burgos y en Bilbao por la imputación de la infanta? Y la señora alta, se acerca hasta él y le da la mano. Anda mi amor, será mejor que vuelvas a la cama. Y mientras caminan de vuelta al dormitorio, ella lo mira con una dulzura que a H le recuerda a cómo lo hizo su madre, la noche en la que, con 8 o 9 años, él acercó el termómetro al flexo y ella lo arropó con cuidado.