De los recuerdos y de las guerras
Para otros / Martes, 10 junio 2014
Columna publicada en el Diario Noticias de Gipuzkoa el 10 de junio de 2014
Stephan Fisher se desprende de su chaqueta, de los zapatos y de los calcetines. Después, extiende una toalla, se sienta y contempla el mar. Todas las primaveras, en el aniversario de la muerte de su padre, se acerca hasta la playa de Omaha, en Normandía, y practica este ritual. Stephan Fisher acaba de cumplir 74 años. A su padre, un soldado alemán, lo mató un disparo estadounidense. Después le cortaron la cabeza y la colgaron de un árbol. Cada vez que se sienta en esa playa, le rinde su recuerdo, a pesar de que éste sea casi inexistente. En realidad visualiza fotografías que su madre le mostró años después. En muchas de ellas se observa a un chico alto y rubio vestido con el uniforme nazi. En otras pocas ese mismo chico posa sonriente en bañador, junto a un lago. Él comenzó recordándolas todas. Hoy ya sólo recuerda las del lago y cree acordarse con nitidez de aquel día, del calor y del baño que se supuestamente se dio con su padre.
Un científico del Basque Center on Cognition, Brain and Languageme explica que nuestra memoria autobiográfica es la que da sentido a la continuidad de uno mismo en el tiempo. Lo que recordamos (del lat. re-cordis: volver a pasar por el corazón) poco tiene que ver con un registro objetivo, me dice. Múltiples redes neurales, no sólo las relacionadas con el almacenamiento de la información, necesitan ser activadas para poder traer a nuestra mente un evento pasado. Y ése es uno de los momentos en qué los recuerdos son más frágiles y fáciles de alterar.
Cada vez que se sienta en esa playa, Stephan Fisher se pregunta por qué se sigue homenajeando a los soldados muertos. Por qué en vez de himnos y fotografías épicas, no se explica la crudeza del combate para que así a nadie le entren ganas de repetirlo. Y siempre se responde de la misma manera: porque, como a él también le ocurre, es necesario generar un recuerdo romántico para poder vivir con algo tan atroz en la memoria. Pero sobre todo, porque así nos mantienen el espíritu nacional despierto, algo esencial para que esto de las guerras nunca se acabe.