De regreso

/ Martes, 2 abril 2013

Columna publicada en el Diario Noticias de Gipuzkoa el 2 de abril de 2013

Por fin, un día de enero, después de casi veinte años, María puede volver a casa. La necesidad de desarrollar su carrera como científica, fuera de las miserias de su país a comienzos de siglo, fue determinante. Como otros muchos otros exiliados de aquella época, lo hizo despacio, sin ruido, consciente de que jamás regresaría, de que dejaba atrás para siempre a su familia, a sus amigos y a una comunidad, que como ella misma expresaría años más tarde a sus nuevos colegas, “vivía, sin saberlo, en un régimen que ya era dictatorial”.

Ese día de enero de 2035 es especialmente frío en Madrid. Nada más aterrizar María descubre una forma de mirar que no conoce. Todos sus compatriotas tienen una mirada rara; algo visceral, muy profundo, ha cambiado. Esa misma noche tratará de explicárselo a su marido por teléfono: “Arthur, es como si se hubieran vuelto ocres (…). Nunca fuimos así, sus ojos dan lástima”. Toma primero un metro y después la línea 96 de autobús. El barrio no ha cambiado, aún siguen en pie las urbanizaciones vacías. Los “legos” siguen en su sitio, piensa. Invadida por la ansiedad, elevada, hiperventilando, llega hasta el portal, sube corriendo las escaleras y toca el timbre. Escucha pasos pequeños al otro lado. Su madre, por fin, abre la puerta. Durante unos segundos ambas se quedan inmóviles. Se reconocen. Veinte años más mayores. A María le impresiona la mirada ocre en la cara de su madre. Se abrazan; lloran, sonríen, se consuelan. María se aloja allí durante varios días. Por aquellas fechas los noticiarios habían anunciado la supresión de la Troika y la convocatoria de elecciones. Una mañana, mientras las dos ven nevar, su madre le dice: “La democracia me inquieta. No supimos vivir con ella. No era buena para nosotros. ¿Qué pasará ahora?”. María sabe que a su madre aquello le aterroriza, que tiene miedo a volver a ver a gente a tirándose por los balcones por no poder pagar a los bancos, a la miseria, a no poder permitirse un médico, a que cierren otra vez las fronteras y pasen otros veinte años sin ver a su hija.