Desde el otro lado

/ Martes, 16 septiembre 2014

Columna publicada en el Diario Noticias de Gipuzkoa el 23 de septiembre de 2014

La casa de mi amigo Pablo estaba llena de espejos que su madre coleccionaba. Los había de todos los tamaños y en todas las estancias. Pablo pasaba horas delante de ellos. Contemplaba la profundidad de las imágenes reflejadas, sus colores y sus formas. Sobretodo, se preguntaba cómo sería estar al otro lado y poderlo mirar todo desde la perspectiva correcta. Porque creía que desde dentro de los espejos era desde donde se vería la versión real de las cosas. Pablo pasó media infancia pegado a aquellos cristales. Hasta que una mañana se acercó a uno y percibió que algo había cambiado. Los colores no eran los mismos. Tampoco lo eran las simetrías ni las sombras. En aquel instante se dio cuenta de que, por fin, había logrado pasar al otro lado. Desde entonces Pablo va y viene. A su antojo. Dice que allí existen todos los elementos posibles. Que dichos elementos aparecen un poco antes que en la realidad para poder anticiparse, y que tardan algo más en desaparecer, por si acaso. Porque en el otro lado siempre tienen que estar preparados para dar el reflejo oportuno. Con las personas ocurre lo mismo. Allí los niños llegan antes de nacer y las personas mueren algo más tarde.

El miércoles pasado murió (en este lado) el máximo exponente del capitalismo español. Un hombre con una excepcional inteligencia práctica pero sin interés intelectual alguno. Un hombre sin escrúpulos que basó su carrera profesional en su capacidad para moverse en los entresijos de un estado corrupto y exagerado. Dice mi amigo Pablo que el sábado se lo encontró en el otro lado del espejo y se acercó hasta él. Estaba sentado en una butaca y contemplaba su propio funeral con una sonrisa. “Fíjate chaval, tengo a todo el país rendido a mis pies”, le dijo, “parezco un premio Nobel o un jefe de Estado”. Durante varios minutos los dos se quedaron anonadados con aquella explosión de peloteo y pleitesía. “¿Y sabes por qué me tratan así, chaval?”, le preguntó después. “¡Porque los tengo a todos agarrados de los huevos!”, exclamó sin esperar la respuesta, mientras se estiraba los tirantes con los dedos.