Dos historias de Paris

/ Martes, 15 enero 2013

Columna publicada en el Diario Noticias de Gipuzkoa el 15 de enero de 2013

Primera historia de París. Hace dos años mi buen amigo M conoció a una chica y le sobrevino el enamoramiento. Bailaron, se besaron, disfrutaron de mañanas infinitas entre sábanas. De repente, fueron sólo dos. Su amor destruyó el resto del mundo y construyó uno nuevo. Las calles perdieron su nombre, el resto de humanos nos volatilizamos y dejó de llover. Al poco tiempo alquilaron un piso juntos, lo pintaron y se acostumbraron el uno al otro. M se enteró de que ella se duchaba de noche, de que separaba la ropa por colores, de que le encantaba leer junto a la ventana. Ella se enteró de que M fumaba demasiado y de que le encantaban los aparatos electrónicos con botones. También de que era extremadamente detallista. Y así, por ejemplo, la semana pasada M la sorprendió con un viaje a Paris. Y así por ejemplo, el sábado, al atardecer, frente a la Torre Eiffel,  M entregó su cámara de fotos a unas turistas inglesas y les pidió no que le sacasen una foto, sino que le grabasen un video. Y entonces M, que es muy valiente, se acercó a su novia, sacó un anillo del bolsillo, se arrodilló y comenzó a llorar.

Segunda historia de Paris. Mi buen amigo M es un romántico y la semana pasada le invitó a su novia por sorpresa a París donde había pensado pedirle matrimonio. El domingo a medio día, se acercaron de nuevo a la Torre Eiffel, a despedirse juntos de ella, me dijo, porque frente a ella había sido donde el día anterior se habían prometido. Al llegar se encontraron con una manifestación de más de medio millón de personas contra el matrimonio homosexual. Mi buen amigo M, que es un romántico, empezó a llorar otra vez. Porque aquello, me dijo, no le pareció una concentración contra la homosexualidad, sino contra el enamoramiento de verdad, el que de repente destruye un mundo y construye otro nuevo, el de las mañanas infinitas entre sábanas, el que te descubre lo maravilloso que puede ser leer junto a la ventana. El que te hace luchar por su propio reconocimiento social, hincar la rodilla seas de la condición sexual que seas.