El árbol de Ana

/ Martes, 4 febrero 2014

Columna publicada en el Diario Noticias de Gipuzkoa el 4 de febrero de 2014

El poeta mexicano Giberto Owen decía que durante la vida morimos varias veces. Cinco o seis; a veces, hasta diez. Pero ella murió de verdad. Porque al principio sí que pensábamos en cómo lo hizo, en si se podría haber evitado, en lo joven que era. Porque al principio creía verla en alguna esquina o al otro lado de un paso de cebra. Pero con el tiempo, con el transcurso lento de los días, nos fuimos acostumbrando a estar sin ella. Y ella dejó de estar con nosotros. Dejó de llamar a casa. Dejó de venir a las cenas. Y yo dejé de encontrármela por la calle. Ella murió de verdad. Hace ya algunos años, cuatro o cinco, ya no lo recuerdo.

Él era su pareja, su compañero. Creía que él, al final, había muerto en vida por primera vez y había dejado de buscarla. Pero una noche, borracho, me lo dijo: Ana, está ahora en un árbol, se ha reencarnado en uno de esos tamarindos que hay en Ondarreta. Me reí. Eso no puede ser, le respondí, pero él me confesó que algunas tardes cruzaba la bahía para verlo, y el árbol le susurraba palabras de amor y él lo abrazaba. Sin que nadie los viese. Aquella misma noche, de vuelta a casa, pasamos a ver el árbol. Yo me saqué una foto con el tamarindo detrás. Una foto que guardé en el móvil. Estoy serio y con un abrigo negro.

El domingo por la mañana sonó el teléfono de casa. Era él. Quedamos en vernos a las 10 en el boulevard. Nos saludamos con un abrazo. Luego, nos quedamos en silencio. La ciudad parecía el parque temático de un tsunami. Mientras caminábamos entendí que éramos las únicas personas que sabíamos donde estaba Ana ahora. Al llegar al paseo de Ondarreta, una cinta amarilla detuvo nuestro paso y desde lejos vimos el árbol caído, resquebrajado. Nos abrazamos. Sentí que Ana se había vuelto a morir. Y que él, su pareja, su compañero, lo hacía por segunda vez. Al llegar a casa, borré todas las fotos del móvil y tiré mi abrigo negro a la basura. Un abrigo que me pareció de otro. Supe entonces que mi cuerpo se había quedado allí, junto a los de mis dos amigos, junto al de una ciudad también acababa de morir.