El hombre pobre en la playa

/ Martes, 25 junio 2013

Columna publicada en el Diario Noticias de Gipuzkoa el 25 de junio de 2013

El hombre pobre despertó con esa pereza extraña que aparece cuando uno más horas duerme. Abrió las ventanas. Todo apareció iluminado.  Era sábado y ya era verano. Mientras desayunaba una corriente de viento sur le hizo imaginar un plan perfecto. Idealizó con acercarse a la playa, tumbarse sobre la arena, leer un rato en silencio y darse un baño en un mar desierto y en calma. Un plan que le acercaría a la sensación de vacaciones, al no pensar en nada, a la libertad que da la inexistencia de obligaciones diarias.  Una plan de hombre rico, pensó.  Así que se puso el bañador y  una camiseta, colocó la toalla sobre sus hombros y salió decido a la calle.

Media hora después, el hombre pobre caminaba sobre la arena, a trompicones. Era sábado y ya era verano. Buscaba un hueco en mitad del magma humano que abarrotaba la playa. Lo encontró, se tumbó y cerró los ojos. Trató de evadirse de la inquietud que le generaban el despelote masivo, el olor a crema y a tortilla, los niños eléctricos y los voyeurs de la barandilla. Trató de relajarse y disfrutar del olor a salitre permanente, del sol que golpeaba su piel pero no la abrasaba, del sonido de las olas al romper, a lo lejos.

Al cabo de un rato, el hombre pobre se levantó acalorado y caminó hacia la orilla. La masa de cuerpos agolpados era fascinante. Cuerpos tirados en la arena, cuerpos que corrían hacia el mar, cuerpos quietos que miraban al horizonte con los brazos cruzados, cuerpos que paseaban en la orilla como si alguien les persiguiese. Todos aquí nos vemos iguales, pensó el hombre pobre. Sin ropas de precios diferentes, sin coches todoterrenos o de cuarta mano, sin pisos de 35 metros cuadrados o villas con piscina. Despojados. Todos, sacos de carne, expuestos sin pudor. Gordos, flacos, altos, bajos, morenos, blancos, velludos, imberbes, musculados, tripones. Y en medio de todo aquello, golpeado por una corriente de viento sur, el hombre pobre se sintió pleno, feliz, despojado por fin de esa pereza extraña que aparece cuando uno más horas duerme.