El valor de los billetes

/ Martes, 29 octubre 2013

Columna publicada en el Diario Noticias de Gipuzkoa el 29 de octubre de 2013

Y allí estamos los dos. Contemplando los colores de las frutas y las verduras del puesto. De algunas no me sé el nombre, y entonces ella me pregunta, aita, ¿y eso qué es?, y me lo invento, y el vendedor sonríe, mientras pesa unos limones. Al salir, ella me pregunta de nuevo, ¿por qué le has dado un billete al frutero?, y le explico lo que cuesta que alguien prepare la tierra, la cultive, recoja el fruto, lo limpie, lo ponga en una caja, y esa caja llegue hasta el hombre que lo vende en el puesto. Mientras preparo la comida, le explico que la merluza también valía un billete, y le hablo del barco y los pescadores, de las señoras que cosen las redes y del pescadero que madruga para comprar en la lonja. ¿Y cómo es una lonja, aita? Y menos mal que mi mujer entra en casa y ella se despista, y así no tengo que inventarme como funciona una lonja a partir de meras intuiciones. Todo está muy rico, me dicen, porque es de la plaza y es fresco, les aclaro, aunque cueste un poco más. Por la tarde se pone a llover, y pensamos en ir al cine, pero está muy caro, les digo, ¿porque no vemos una peli en casa?, y voy al ordenador y busco “Tadeo Jones”, y la vemos on-line, sin pagar un duro, que invento esto de internet, pienso, y que bien hice pagando una conexión de fibra como dios manda. Y allí bajo la manta, no se me ocurre pensar en quien escribió el guión, ni en los dibujantes, ni en el montador, ni en el director o el productor que invirtió su dinero. Hasta que mi hija, que habrán intuido que anda obsesionada con esto del dinero, me pregunta, ¿le has dado un billete a Tadeo? No hija, no hacia falta, me invento, en vez de explicarle que he robado, que acabo de contribuir a que la industria del cine continúe muriendo, y que si todos hiciésemos lo mismo con el frutero o el pescadero, acabaríamos sin limones ni merluzas. ¡Pobre Tadeo!, me responde, y yo, comienzo a sentirme necio, estúpido y parte de un mercado en el que no acababa de saber lo que está bien o está mal. O quizá sí que lo supiese, pero nunca hasta ahora había sentido que hacía daño a nadie.