El viajante y el espejo

/ Martes, 21 enero 2014

Columna publicada en el Diario Noticias de Gipuzkoa el 21 de enero de 2014

En su libro Marca de agua Joseph Brodsky escribió: “Por naturaleza inanimados, los espejos de los cuartos de hotel son aún más opacos a fuerza de haber visto a tantos. Lo que te devuelven no es tu identidad sino tu anonimato”.  Y el viajante, desde que lo leyó, piensa que sí, que es cierto. Porque por muchas muecas que ha hecho desde entonces, al verse reflejado sólo ha conseguido contemplar a un hombre corriente. Lleva casi tres semanas dando vueltas por el mundo y comienza a sentirse solo. El viajante se peina con esmero, se pone el abrigo y sale a la calle. Espera pacientemente en un semáforo. Mete sus manos en los bolsillos y contempla los escaparates de los comercios. Muchos de ellos están cerrando sus persianas. La poca gente que encuentra habla en un idioma que él desconoce. El viajante entra en un restaurante y pide la carta en inglés. Cena una ensalada y un bistec poco hecho. Mientras mastica, durante cinco o seis minutos vuelve a sentirse vulgar y algo solo. El viajante apura el café y emprende el camino de regreso. De nuevo, escaparates y comercios cerrados. De nuevo el semáforo. De nuevo, la habitación del hotel, el espejo y el hombre corriente al otro lado.

El viajante se pone el pijama y se cepilla los dientes. Se mete en la cama con su libro de Brodsky. Ya tumbado enciende la televisión, cambia los canales con el mando a distancia y se detiene en uno. El viajante sonríe. En la pantalla aparece una plaza cuadrada abarrotada de gente. En un escenario se distingue una banda de música y personas disfrazadas de soldados y cocineros. Los soldados tocan el tambor. Los cocineros aporrean unos barriles pequeños de madera. Algunos de los cocineros sostienen cucharas gigantes. La gente en la plaza baila y grita. El viajante se ha quedado ensimismado. Con las palmas de la manos golpea el colchón. Al ritmo de la melodía. Al compás de los tambores. Un torrente de emoción le recorre el cuerpo. Sus ojos se humedecen. El viajante se levanta, se acerca al espejo y extrañamente éste le devuelve su identidad.