En el hipódromo

/ Martes, 12 noviembre 2013

Columna publicada en el Diario Noticias de Gipuzkoa el 12 de noviembre de 2013

Mala suerte. A todos nos ocurre alguna vez. Ponerse enfermo cuando uno menos lo desea. En el momento más inapropiado. Habrás comido algo que te ha sentado mal, me han dicho, y después de dos besos mi mujer y mi hija han salido por la puerta. Y yo me he sumergido bajo las mantas, contrariado. Esta tarde ellas visitarán el hipódromo. Extraño, pensarán, pero nuestros amigos argentinos se han empeñado: “A la niña le encantará, y podrán ver caballos, y eso acá es un acontecimiento”.

Me despierto aturdido. El sol aún se cuela por la ventana. Me levanto y contemplo mi rostro en el espejo. Doy pena, me digo, qué hago aquí, encerrado en un hotel de Buenos Aires, en vacaciones, en plena primavera. Salgo al balcón. Debajo, la calle se mueve, imparable: coches, autobuses, centenares de transeúntes y árboles que se comen el pavimento. Frente a mi habitación, se yergue un edificio de hormigón. Es una escuela. De pronto, de una puerta diminuta comienzan a salir niños de uniforme. Ellas con falda y camisa, ellos con pantalón largo y corbata. Son muchos. Su alboroto invade la acera. Un hombre con barba cruza delante suyo. Como un caballo, arrastra un carro de dos ruedas cargado de basura y despojos metálicos. “¡Estudien, estudien, déjense de chácharas y estudien!”, les grita. Algunos niños lo miran con desdén. Otros ni siquiera lo miran.

Hace siete años, la primera vez que vine a esta ciudad, me sentí un privilegiado. Cómo han podido machacar así un país, pensé. Esta vez, desde que he llegado, no he dejado de visualizar lo que seremos nosotros dentro de cinco o diez años. Entonces también necesitaremos hombres que tiren de carros de basura. Menos mal que pronto un nuevo sistema educativo se encargará de proporcionarlos. Pronto generaremos muchos ciudadanos sin espíritu crítico y otros tantos sin estudios. Los primeros permanecerán impasibles, mientras a algunos de los segundos el sistema los reubica en profesiones deleznables. Y entonces, los caballos sólo los veremos en el hipódromo, en las carreras de los sábados, y será todo un acontecimiento.