Ficciones

/ Martes, 25 marzo 2014

Columna publicada en el Diario Noticias de Gipuzkoa el 25 de marzo de 2014

Me lo confirmó un periodista el día de la muerte de Mandela. ¿Hoy no curras?, le pregunté. No, me respondió, teníamos previsto lo de Mandela desde hace meses, cuando se sabe que un personaje público de relevancia va a morir lo preparamos todo con antelación. Nunca lo había pensado, qué listos, le mentí.

A Jorge, un chico al que conozco del barrio, le han diagnosticado un cáncer terminal. Me enteré a través de su hermana. Le han dado 6 meses de vida. Yo me cruzo habitualmente con él. Le veo bien de aspecto. Me parece increíble que se vaya a morir antes del otoño. Tiene mi edad, 35 años.

Cuanto mayor sea la anticipación a la muerte de una personalidad, mayor cantidad de material tendrán los medios para publicar nada más se conozca la noticia. Con Luis Aragonés les pilló de sorpresa. Con Mandela sin embargo fueron muchos meses de preparación, con Suárez parece ser que también. Así que cuando se sabe que alguien importante va a fallecer periodistas, columnistas y personas que lo conocieron, crean previamente una ficción: matan al moribundo para poder ensalzar en pasado su figura. Es una ficción necesaria, porque sin la presencia de la muerte muchas veces somos incapaces de llegar al ensalzamiento del otro.

Me cruzo con Jorge habitualmente pero soy incapaz de decirle nada. Siempre hablamos con normalidad. De fútbol, de trabajo, de la lluvia. Siempre trato de conducir la conversación fuera de aquellos lugares en los que el tema de la muerte pueda asomarse. Creo que Jorge me percibe incómodo y me lo facilita. Creo que entre los dos hemos creado una ficción. Una ficción contraria a la de los medios de comunicación con las grandes celebridades. Los dos hacemos como si él tuviese toda la vida por delante. Es una ficción más poética, pero también muy amarga. Sólo al despedirnos venzo el miedo y la rompo. Ponte bueno, le digo. Tranquilo, responde y mientras sonríe, la recompone de nuevo para mí: no te preocupes, todo irá bien. Después, él continúa su camino y yo, aliviado, trato de recordar a dónde me dirigía.