La gran carrera

/ Martes, 4 marzo 2014

Columna publicada en el Diario Noticias de Gipuzkoa el 4 de marzo de 2014

Alguno arrastraba la zapatilla sobre la gravilla y dibujaba una raya en el suelo. Luego nos colocábamos todos detrás de ella. Preparados, listos, ¡ya! Y salíamos disparados hacia el horizonte, hacia una meta que nunca estaba clara: una portería, un arbusto o un jersey tirado en la hierba. Siempre ganaba uno de los dos gemelos. Detrás de ellos, un grupo de cinco, los del equipo de fútbol.  Y después el resto, como un gran pelotón desorganizado. Pero no importaba. Porque realmente aquellas carreras eran parte de un ecosistema en el que ser el primero, el sexto o el último no era más que un juego. En el que si dos llegaban a la vez, habían empatado. Sólo era algo espontáneo. Algo que de alguna forma nos mantenía unidos. Pero fuimos cumpliendo años y un día llegó un profesor de gimnasia, y con él un cronómetro y una lista de posiciones. Llegaron un ganador y veinte perdedores. Desaparecieron los empates y la ilusión. Llegó la competición. Y con ella, la tensión y el miedo al ridículo. A los cinco primeros les ponían un sobresaliente, a los cinco últimos los suspendían. Fue así como se rompió el grupo y su ecosistema, y la competitividad paso a ser primordial en nuestro modo de convivencia.

Ayer se reunieron en Bilbao los mayores mandatarios económicos mundiales. Señores a los que no hemos elegido ninguno de nosotros. Señores que nos han obligado a bajar los salarios y a trabajar durante más horas. Porque así, nos explican, nuestro país será más competitivo y logrará mantenerse en el grupo de cabeza de la economía mundial. Hemos sacrificado nuestro tiempo de ocio para mejorar la economía de un país en el que nos han colocado, en una competición que se han inventado. El mundo es así, una gran carrera, nos dicen. Unos ganan y otros pierden. Unos ganan lo que otros pierden. Pero que este ecosistema sea así no es un mandato divino. Existen más alternativas. Siempre podemos elegir los modelos de convivencia entre naciones. Podemos elegir la paz o la guerra. Podemos elegir competir. O colaborar, sin suspensos ni sobresalientes, sin posiciones ni mandatarios con cronómetros. Es cuestión de decidirlo. Aunque no lo creamos.