Las empujadoras

/ Martes, 1 abril 2014

Columna publicada en el Diario Noticias de Gipuzkoa el 1 de abril de 2014

A las once menos cinco, se abre la puerta del portal. Primero asoma un carrito de bebé y acto seguido, la madre aparece detrás, con un abrigo azul. Es el inicio del paseo. Irá al mercado. Comprará fruta y pan. Al terminar se sentará en un banco frente a la catedral y mirará el móvil.

La señora Manuela se despierta aturdida. Llama a Mara. Mara entra en el cuarto y sube la persiana. Buenos días, señora, le dice. Ella farfulla mientras Mara la ayuda a incorporarse. Después, cuando Mara la asea, la señora Manuela se queda en silencio, avergonzada. A las once, salen juntas a la calle del mismo portal del que acaba de salir la madre con su bebé. Hasta el verano pasado, Mara caminaba junto a la señora Manuela, con pasos diminutos. Ahora ya no. Ahora Mara empuja una silla de ruedas negra. Mientras pasean, los ojos de Manuela están muy abiertos. Parece que lo observan todo, pero en realidad, no miran a ningún lado.

La madre del bebé ya se ha sentado en el banco frente a la catedral y mira el whatsapp. De pronto, la vecina del cuarto y su cuidadora sudamericana se sientan a su lado. La madre del bebe se aparta un poco y se recoge el abrigo. Ninguna de las tres dice nada. La señora Manuela percibe un tímido olor a bebe y comienza entonces un viaje alrededor de su infancia. La madre se pregunta si el bebé que descansa ahora en el capazo, empujará su silla de ruedas cuando ella sea mayor. La respuesta es que no. Y ese pensamiento, verse vieja, impedida y empujada por una desconocida, la estremece y acaba sintiendo miedo. Mara, la cuidadora sudamericana, busca al bebé con la mirada. Por fin, encuentra dos manos diminutas. Mara lleva toda una vida empujando a personas subidas en artilugios con ruedas. Primero a sus hermanas pequeñas, después a sus tres hijos y desde hace siete años a señoras moribundas. A todas esas personas a las que ha empujado, las ha querido mucho. También a esa mujer malhumorada que tiene a su lado. No sabe por qué. Serán las ruedas. O los engranajes. O esa vida inocente, sencilla, que acaban compartiendo la empujada y su empujadora.