Lo que me acojona

/ Martes, 23 septiembre 2014

Columna publicada en el Diario Noticias de Gipuzkoa el 23 de septiembre de 2014

Antonio tiene 85 años. En cuanto el cazo comienza a humear, Antonio se levanta, apaga el fuego y vierte la leche en una taza. Sale de la cocina despacio. En su mano izquierda sostiene la taza. En la derecha arrastra un bastón de color negro. Antonio se concentra en encadenar sus pasos para llegar al piso de arriba. En mitad de la escalera, apoya su cuerpo en la pared y comienza a balancearse. Un poco de leche se derrama y moja su mano. Por fin, después de alcanzar el último peldaño, empuja la puerta y entra en la habitación. Ve a su mujer recostada en la cama. “Anda, tómate un poco de leche”, le dice. Ella saca un termómetro de debajo del camisón. Después se lleva la taza a los labios y le reprocha a su marido que está fría, que podría haberla calentado un poco más. “36,3”, le contesta Antonio, “ya no tienes fiebre”.

Mis tíos son los únicos habitantes que quedan en la aldea. La puerta de la casa está abierta. Grito “hola” y, sin esperar respuesta, entro en la cocina. Veo un cazo en la fregadera. El papel de las paredes se ha levantado y la luz está fundida. Todo está en penumbra y huele a humedad. Camino hacia las escaleras. Me apoyo en la pared para no tropezar. Doy un paso en falso después del último peldaño y entro en la habitación. Mi tía está recostada en la cama. Bebe una taza de leche. Mi tío tiene un termómetro en la mano. “Venía a haceros una visita”, les digo. Ellos no me reconocen. “Esta leche está fría”, me dice ella. “36,3”, me dice él.

Muchos quieren que tengamos miedo. Miedo a la crisis, al populismo, a las consultas, al nacionalismo, al terrorismo islámico o a la deuda pública. Sin embargo, mis verdaderos miedos no son esos. Mis verdaderos miedos son mis tíos o mis abuelos, los mayores. Porque ellos son lo que está por llegar. Porque en pocos años yo seré ellos y entonces, mi cuerpo no responderá, mi cerebro navegará al ralentí y sólo perseguiré mi mera supervivencia. Eso es lo que de verdad me acojona. La penumbra, el frío, la soledad. No ser capaz de recordar. Sentirme abandonado en una sociedad que no esté preparada para ayudarme.

fotocama