Los gestos inventados

/ Martes, 17 diciembre 2013

Columna publicada en el Diario Noticias de Gipuzkoa el 17 de diciembre de 2013

Según las autoridades estadounidenses Guantánamo es “un centro moderno con las instalaciones más avanzadas”. Sin embargo, la realidad es muy diferente. Excepto un pequeño grupo, la mayoría de los 240 presos permanecen encerrados 22 y 24 horas al día en celdas individuales de acero sin ventanas al exterior. No tienen acceso a televisión, radio o periódicos, y el lápiz y papel están vedados salvo durante 30 minutos a la semana. Los interrogatorios a los que son sometidos incluyen torturas, vejaciones y humillaciones sexuales. En enero se cumplirán 12 años desde la llegada de los primeros inquilinos. Aún no existe una condición clara para entrar en Guantánamo. Supongo que será hablar árabe o ser musulmán o tener la piel tostada por el sol.

Hace justo una semana, Obama pronunció en el funeral de Mandela: “Y por tanto nosotros también debemos actuar en nombre de la justicia y de la paz. Hay demasiadas personas que acogen con alegría el legado de reconciliación racial de Madiba, pero se resisten a reformas que constituirían un reto para la pobreza crónica y la desigualdad creciente. Hay demasiados líderes que claman ser solidarios con la lucha de Madiba por la libertad, pero que no toleran la disensión en sus propios pueblos [aplausos]”. Mientras pronunciaba estas palabras, a su lado, un espontáneo llamado Thamsanqa Jantjie, las traducía a un lenguaje de signos inventado por él mismo.

Días después desayunaba en una cafetería de mi barrio cuando el canal 24horas comenzó a reproducir imágenes de este mismo discurso. En el faldón, leí: “Sufrió un brote esquizofrénico”.  Y, por un instante, no tuve dudas sobre quién de los dos hombres que aparecían en la pantalla había sufrido alteraciones en la percepción de la realidad. Porque nadie cuerdo es capaz de proclamar unos principios que no respeta. Fue un instante minúsculo, una ventana diminuta en la que todos esos principios de justicia e igualdad habían comenzado a cumplirse. Después unté el cruasán, di otro trago al café y regresé al mundo. Y, sí, sonreí al contemplar atónito los gestos inventados del espontáneo.