Wasabi

/ Lunes, 28 abril 2014

Columna publicada en el Diario Noticias de Gipuzkoa el 28 de abril de 2014

Ceno con Diego J en un restaurante japonés. Me cuenta que todos los fines de semana se echa la siesta. Me describe el proceso. Después de comer, mientras todos los miembros de su familia se acomodan en el salón, él se escapa y se tumba en su cama. Sobre la colcha, como Tutankamon, sonríe. Poco a poco comienza a sentir cómo una flojera inmensa se apodera de su cuerpo y se deja empujar hacia el sueño. La sensación es fantástica, me dice, quizá sea porque es el único momento de la semana en la que me encuentro solo. Solo de verdad, me aclara, en ese espacio de soledad voluntaria en el que uno se topa consigo mismo y se reconcilia con la persona que es. Nos traen el sushi y dos cervezas más. Hablamos sobre “8 apellidos vascos”. Ninguno de los dos la hemos visto. Le cuento que ahora en la tele que promocionan una serie con el eslogan: “La serie más vista de los miércoles”. Es atroz el efecto bola de nieve que producen las audiencias, le digo, parece que algo es bueno si mucha gente lo ve. Le explico que “Cien años de soledad” ha sido uno de los libros más vendidos en la feria del libro, que es algo que me ha indignado, que es un libro que todo el mundo debería haber leído ya, que me parece increíble que un autor muera y se recupere de golpe su obra. Él me contempla tranquilo y me responde que no vale la pena renegar, que el ser humano siente una inercia imparable hacia lo que hacen sus iguales, que todos vivimos en un carrusel que se aprovecha de esa inercia y nos expone constantemente a la oferta del sistema. Lo peor, sonríe, es que tú te crees fuera de ese carrusel y en realidad estás en otro preparado para gente como tú.

Diego J se levanta al servicio. Bebo un trago de cerveza. Pienso en sus siestas, en si yo podría reconciliarme conmigo mismo dos veces por semana y después, quedarme dormido. Desprecio su claridad vital y su conformismo con el mundo. Después, con los palillos, unto el arroz en la salsa de soja y le coloco una pizca de crema verde por encima. No sé cómo se llama esa crema pero es picante. No sé si me gusta o no. Pero a mi alrededor casi nadie la come.